Y yo que nunca quise un poeta entre mis piernas.
Sólo alguien que entienda que tengo la cabeza llena de humo y poesía.
De versos que no escribo.
Una forma de sentarme a mirar la vida pasar sin que apenas se me note
qué fácil es de romper por dentro.
Cuánto gemido ahogado.
Nunca quise un poeta.
O sí.
Un poeta que me entienda cuando ni yo sé lo que digo.
Que me eche el humo en la cara en cada calada, desnuda.
Por dentro y por fuera.
Sonriendo, sudando.
Sabiendo que soy suya y de nadie.
Con rejas de lana que sepa descoser de vez en cuando,
que no me lleguen a dejar besar otras bocas.
Un poeta que puede que no escriba poemas, ni le haga falta,
pero con la mente llena de versos que gritarme si alguna vez se me ocurriera irme.
Que sepa sonreírme con ganas.
Escucharme con ganas.
Contarme con ganas.
Follarme con ganas.
Quizás quererme con ganas.
Disfrutar y vivir.
Y que no me mire con cara de idiota si le susurro en un descuido que...
¿Por qué no?
que me entierren en el hueco que hay en su clavícula.