En la torre de mi pueblo
hay un nido de cigüeñas
y al toque de la Oración
todas de rodillas rezan.
Al dar el Ave María
saludan a nuestras tierras
y a sus lindantes amigas
de Dos Hermanas y Utrera.
Desde su altura divisan
murmuraciones que aterran,
escenas de amor prohibido
y alaridos de tristeza.
También son fieles testigos
de reuniones y fiestas
donde algunos hombres cantan
de la mujer la belleza.
Vencejos y golondrinas
a su alrededor dan vueltas
y envidian la paz y calma
que en esa familia impera.
Viñedos y naranjales,
olivares y palmeras
padecen un celo enorme
del sitio que las alberga.
Ellas duermen en la torre
bajo sábanas de estrellas
y ni siquiera su canto
al vecindario molesta.
El campanario ni rozan,
sabedoras con certeza
que ese tañir que se esparce
lo dirijen de la Iglesia.
A la Virgen de la Aurora
como la tienen tan cerca,
continuamente acarician
con una pluma de seda,
y, algún secreto le dicen,
que a la Señora embelesa,
porque se siente mujer
y amiga de confidencias.
A nadie le piden nada,
ellas solas se alimentan,
y no pasan la factura
por adornar la torreta.
Y nos traen muchos niños,
pero a cambio nada llevan;
observa la esplendidez
que tienen nuestras cigüeñas.
Debemos, de mutuo acuerdo,
con interés y firmeza,
pedir al Ayuntamiento,
-para que sean más nuestras-
que en el padrón de habitantes
se inscriban a las cigüeñas.
Y a la Virgen de las Nieves,
a esa Patrona tan bella,
hay que rogarle con fé
que vele estampa tan tierna;
ya que están en el paisaje
como la cal o las piedras,
como el fruto de los campos,
como la marisma entera.
El pueblo, que tanto sabe,
se adueña de cosas buenas
y por nada cambiará
el nido de sus cigüeñas.
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