martes, 2 de abril de 2013

Una mitad complementaria


-Yo he de hacer desde luego todavía que te enamores de mí, pero no hay prisa. Primero, somos camaradas, somos personas que esperan llegar a ser amigos, porque nos hemos conocido mutuamente. Ahora queremos los dos aprender el uno del otro y jugar uno con otro. Yo te enseño mi pequeño teatro, te enseño a bailar y a ser un poquito alegre y tonto, y tú me enseñas tus ideas y algo de tu ciencia.
-Ah, Armanda, en eso no hay mucho que enseñar; tu sabes muchísimo más que yo. ¡Qué persona tan extraordinaria eres, muchacha! En todo me comprendes y te me adelantas. ¿Soy yo, acaso, algo para ti? ¿No te resulto aburrido?
Ella miraba al suelo con la vista nublada.
-Así no me gusta oírte. Piensa en la noche en que maltrecho y desesperado, saliendo de tu tormento y de tu soledad, te interpusiste en mi camino y te hiciste mi compañero. ¿Por qué crees tú, pues, que pude entonces conocerte y comprenderte?
-¿Por qué, Armanda? ¡Dímelo!
-Porque yo soy como tú. Porque estoy precisamente tan sola como tú y como tú no puedo amar ni tomar en serio a la vida ni a las personas ni a mi misma. Siempre hay alguna de esas personas que pide a la vida lo más elevado y a quien no puede satisfacer la insulsez y rudeza de ambiente.
-¡Tú, tú! -exclamé hondamente admirado-. Te comprendo, camarada; nadie te comprende como yo. Y, sin embargo, eres para mi un enigma. Tu te las arreglas con la vida jugando, tienes esa maravillosa consideración ante las cosas y los goces minúsculos, eres una artista de la vida. ¿Cómo puedes sufrir con el mundo? ¿Cómo puedes desesperar?
-No desespero, Harry. Pero sufrir por la vida, oh, si; en eso tengo experiencia. Tu te asombras de que yo soy feliz porque sé bailar y me arreglo tan perfectamente en la superficie de la vida. Y yo, amigo mío, me admiro de que tu estés tan desengañado del mundo, hallándote en tu elemento precisamente en las cosas más bellas y profundas, en el espíritu, en el arte, en el pensamiento. Por eso nos hemos atraído mutuamente, por eso somos hermanos. Yo te enseñaré a bailar y a jugar y a sonreír y a no estar contento, sin embargo. Y aprenderé de ti a pensar y a saber y a no estar satisfecha, a pesar de todo. ¿Sabes que los dos somos hijos del diablo?
-Sí, lo somos. El diablo es el espíritu; nosotros sus desgraciados hijos.

El lobo estepario - Hermann Hesse

1 comentario:

  1. Este es un libro que siempre he visto por las estanterías de casa y siempre he estado tentado de leer. Sin embargo no lo he hecho.

    Me ha gustado el fragmento que has mostrado. Creo que tengo que ponerle solución pronto y leerlo.

    ¡Gracias!

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