martes, 29 de enero de 2013

Cuando las fuerzas flaquean...

Una alegría elaborada en doce horas desapareció en un minuto, sin dejar rastros. Mis fuerzas se derrumbaron. Desistí de todas mis preocupaciones. Por primera vez en nueve días me acosté boca abajo, con la abrasada espalda expuesta al sol. Lo hice sin piedad por mi cuerpo. Sabía que de permanecer así antes del anochecer me habría asfixiado.
Hay un instante en que ya no se siente dolor. La sensibilidad desaparece y la razón empieza a embotarse hasta cuando se pierde la noción del tiempo y del espacio. Boca abajo en la balsa, con los brazos apoyados en la borda y la barba apoyada en los brazos, sentí al principio los despiadados mordiscos del sol. Vi el aire poblado de puntos luminosos, durante varias horas. Por fin cerré los ojos, extenuado, pero entonces ya el sol no me ardía en el cuerpo. No sentía sed ni hambre. No sentía nada, aparte de una indiferencia general por la vida y la muerte. Pensé que me estaba muriendo. Y esa idea me llenó de una extraña y oscura esperanza.

Relato de un náufrago - Gabriel García Márquez

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